Lo quiero todo

Quieres más?. Fue lo último que pude oír antes de quedar ensimismado por aquello que era lo único que en ese momento veían mis ojos. Era imposible sustraerse a un cúmulo de encantos tan maravillosamente armonizados en ella. 
Imposible retirar la mirada de esos movimientos que iban y venían de derecha e izquierda, de arriba abajo, hacia delante y hacia atrás; todos de manera enlazada por un cuerpo picasianamente estilizado como el suyo.
Aquellos tacones convertían sus pies en toboganes por los que deslizar la lengua eternamente. Era solo el principio escandalosamente secundado por unas piernas fugazmente visibles gracias a un vestido largo poseedor de dos aperturas sabiamente trazadas por un modisto lujurioso.
Ascender por ellas hasta la cima beso a beso, me iba a suponer llegar a una de las cumbres más frondosas jamás alcanzadas por un hombre; aunque en caso contrario, de estar exenta de toda vegetación, también me reportaría una sobredosis de lascivia de idéntica magnitud a la de ‘Un tango en Paris’.
En ello estaba inmerso cuando adiviné que me ofrecía aún más motivos para no perderla de vista. Dos picos tan elevados como el Everest llamaron mi atención al balancearse ligeramente bajo el azul cobalto que los arropaba. Entre ambos una garganta profunda iluminada por un sol radiante. 
Espectaculares vistas, solo por las cuales, ya había merecido la pena el viaje a aquel lugar del que no estaba dispuesto a marcharme sin disfrutar tocando todas y cada una de sus lindas facciones situadas insinuantemente a apenas unos cuantos palmos de mi.
Quieres más?, volví a escuchar, esta vez en un tono diferente. 
Si, respondí. Lo quiero todo.
Fue justo al escuchar el sonido carrasposo del cucharón sobre el fondo de la olla, cuando la mujer del tiempo desapareció de mi vista. Había concluido la información meteorológica en Antena3.

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