Derechos adquiridos
No hace tanto tiempo, cuando la marcha de la economía nos proporcionaba un nivel de consumo y confort enórmemente fácil, no imaginábamos que las cosas podrían dar un giro a peor de tal magnitud. Nos llegamos a creer poseedores de por vida de un status imperecedero. Se firmaban un día si y otro también hipotecas a 30, 40 y hasta 50 años; el crédito era accesible para cambiar de coche sin pestañear, renovar cocinas, baños o salones de manera ostentórea que decía aquél. Vacaciones, cruceros, fines de semana parisinos, quedaban marcados como momentos inolvidables, que no irrepetibles. La prosperidad, cimentada en un imaginario colectivo de país desarrollado por disponer de una numerosa red de autovías, conexiones ferroviarias de Alta Velocidad, aeropuertos y universidades por doquier, infinidad de urbanizaciones industriales, estadios deportivos o magnos complejos culturales. Un capitalazo de infraestructuras a la altura -se nos aseguraba y lo dábamos por cierto- de las grandes poten